UN REENCUENTRO CON LA SABIDURÍA NATURAL. De cómo aprender a leer los dictados de la naturaleza interior

UN REENCUENTRO CON LA SABIDURÍA NATURAL
De cómo aprender a leer los dictados De la naturaleza interior

“Tú no viniste a la tierra, saliste de ella”
ALAN WATTS

Quizás no hemos buscado en el lugar adecuado. Es posible que el significado de la existencia humana no esté en las estrellas, sino en la tierra, y más específicamente en la información que reposa en cada uno de nosotros. Quizás no haya que ir más lejos. Tal como enseña el adagio: “Cuando Dios quiere escondernos algo, lo pone bien cerca nuestro”.

En el ser humano todavía existen remanentes de lo que fuimos y por medio de los cuales la naturaleza puede expresarse sin tanta indiferencia de la mente. Las emociones primarias son parte de esa evidencia viviente. Si alguna de ellas aflora, el universo entero vibra y se confunde con nosotros. Por eso, cada vez que sentimos la emoción, ocurre ese contacto especialísimo entre las fuentes naturales del saber y el que recibe la enseñanza. Cada sentimiento reprimido es una oportunidad desperdiciada de aprender. Recordemos que el sabio jamás esconde sus emociones primarias, las agota, las gasta, las observa, escudriña en ellas intentando captar su oculto mensaje, porque sabe que son una forma de significado.

La capacidad de sentir es poner a funcionar la vida en la estructura molecular que nos pertenece, es adquirir nuevas configuraciones energéticas para alcanzar las metas fundamentales de la supervivencia. Las emociones son fluctuaciones del espíritu, tonalidades del alma, sin las cuales no habríamos existido nunca.

1 Enseñanza: sobre el dolor y el sufrimiento

"Unir todos los sufrimientos para que el dolor del mundo se convierta en un grande y único acto de consciencia, de sublimación y de unión: ¿No sería ésta una de las formas más altas que, a nuestros ojos, podría tomar la misteriosa obra de la creación?"
PIERRE TEILHARD DE CHARDIN

Descifrando el dolor

Comprender el significado del dolor físico permitirá entender y darle un sentido al sufrimiento psicológico. El dolor cumple una de las funciones adaptativas más importantes para la supervivencia del hombre: avisar que un órgano físico está funcionando mal o está siendo agredido, para que sea reparado o defendido. Una vez activada la señal de alarma, su impacto es de tal magnitud que no puede pasar desapercibido. El dolor duele, y mucho. Y no es para menos, si consideramos las enormes implicaciones que tiene para la vida humana. Si la advertencia fuera suave y amable, ignoraríamos la información, y la enfermedad o la dolencia seguiría avanzando. El dolor nos da conocimiento de causa para intentar solucionar el problema. Pese a lo primitivo y tormentoso del método, no deja de ser ventajoso poder contar con un guardián tan eficiente que nos indique cuando algo anda mal.

Sin embargo, no se debe desconocer que el dolor a veces se ceba en su función y se vuelve demasiado insistente. El cerebro humano no posee un sistema de retroalimentación para contestar al aviso doloroso: “Ya entendí. Sé que mi muela tiene caries. Ya recibí el recado, iré al dentista mañana a primera hora, pero no seas tan obsesivo y deja de machacar”. Afortunadamente el dolor no entiende este lenguaje, si no más de uno se hubiera muerto en la sala de espera. Si se obtiene la cura o se reestablece la normalidad del órgano, él se calma. Si no es así, persiste incisiva y categóricamente hasta que llegue la sanación.

la mente inventa el sufrimiento

Al "dolor psicológico" lo llamamos sufrimiento. De manera similar a lo que ocurre con la biología, el sufrimiento también cumple una función de aviso en el mundo psicológico. Por ejemplo, cuando alguien nos rechaza, este “dolor” nos está diciendo que hay una estructura mental afectada o un apego irracional que demos destruir (vg. necesidad de aprobación). Cuando pierdo un partido de tenis y siento aflicción profunda por ello, este sentimiento negativo de "pérdida" dice que se ha visto alterada mi autoexigencia, es decir, la "necesidad de ganar" ha sufrido una derrota, y por lo tanto, "duele". En ambos casos, un sentimiento de incomodidad nos indica que cierta necesidad psicológica no se ha visto satisfecha, o lo que es lo mismo, un "órgano mental" ha sido afectado. El origen del sufrimiento, tal como señalaba Buda, está en querer retener algún aspecto de la realidad que nos interesa, sin ver que "el todo" está en un constante fluir. La seguridad psicológica parece ser una ficción de la mente que espera encontrar lo estable, lo indestructible y lo eterno. La madurez psicológica de un yo fuerte es la aceptación de que nada es para toda la vida. Del desprendimiento nace la paz.

Aunque hay sufrimientos más importantes que otros, y algunos francamente pueriles, todos dejan su lección. El sufrimiento es el termómetro del alma, la señal que nos indica el camino para alcanzar el fondo de nuestra consciencia y eliminar los esquemas mentales maladaptativos. Mientras el motor principal de la evolución de las especies ha sido el peligro, el sufrimiento es el principal impulsor del crecimiento psicológico personal. Aunque no nos guste, no se puede avanzar sin él, más aun, si lo evitamos, cerramos las puertas de la realidad interior. Nada más peligroso que una infección sin fiebre. No estoy diciendo que debamos rendirle culto al sufrimiento, ni regodearnos en él a la manera masoquista, sino que realistamente comprendamos su función. Insisto, pese a que nos fastidie, el sufrimiento nos enseña el lado oscuro de la mente y qué cosa modificar.

Desde este punto de vista, muchos incidentes críticos pueden concebirse como una ocasión para mejorar. Los chinos utilizan un carácter gráfico combinado para representar la palabra "crisis": una parte significa peligro y la otra, oportunidad. En el idioma español el término también adquiere dos significados: conflicto y transformación. Es decir, toda situación de estrés es una oportunidad para reestructurarse a sí mismo. O dicho de otra forma, toda transformación real conlleva una dosis de malestar implícito.

Los reveses de la vida muchas veces son una ocasión para cambiar. Si la intensidad de la experiencia es alta, su impacto puede producir una verdadera revolución interior en la manera de ver y percibir el mundo. Un señor de cincuenta años dedicado a la ganadería, había comenzado a asistir de malas ganas a mis citas por sugerencia de su mujer. Era un individuo supremamente inteligente, rudo, de mal carácter, insensible, poco afectuoso y que generaba miedo en todas las personas que convivían o trabajaban con él. Era un hombre muy adinerado que ejercía a la perfección el abuso del poder y la explotación. Cuando llevábamos cuatro meses en terapia, obviamente sin mejoría alguna, ocurrió lo imprevisible: mi paciente fue víctima de un secuestro. No volví a saber nada de él, hasta que tres meses después, al otro día de ser rescatado por la policía, regresó otra vez a la consulta. Verlo nuevamente me produjo un gran impacto. Ya no era el mismo. Había pasado todo su cautiverio amarrado, en un pequeño cuarto de paredes blancas y con muy mala alimentación. Se le veía demacrado, cansado y con algunas nuevas canas. Caminaba con dificultad y apenas podía mover un brazo. Pese a todo, un brillo extraño y muy especial acompañaba su manera de mirar. Le pedí autorización para grabar la sesión y accedió muy amablemente. Comenzó su breve exposición de los hechos con un tono de voz sereno y pausado: "Esta experiencia ha sido muy importante para mí... Creo que la vida me obligó a mirarme a mí mismo a la fuerza... No había sido capaz de hacerlo antes, no sé por qué... (suspiro)... Creo que aprendí muchas cosas... (mirando unos búhos de porcelana)... Por ejemplo, yo nunca había reparado en los colores... ¿No le parece increíble que los colores existan?... De tanto mirar esa pared blanca aprendí a sentir cómo palpita la naturaleza, porque realmente eso es lo que pasa... La vida está viva, ¿me entiende?... Los colores se mueven... Usted va a pensar que estoy loco, pero puedo oírlos... Elija uno y vera que puedo decirle el color con los ojos cerrados". Le coloqué un pequeño búho amarillo en la mano y lo comenzó a acariciar suavemente por unos segundos: "Es amarillo, ¿verdad?" Repetí el experimento con otros objetos y el resultado fue el mismo acierto. Luego continuó su relato sin inmutarse: "Sufrí mucho... Pero lo peor no era el dolor de las piernas y los brazos, sino estar lejos de los míos... (sollozo)... No les di lo que podía... En las horas de soledad solamente le pedía a Dios que me diera otra oportunidad para cambiar... Vi todo lo malo que había en mí... (suspiro)... Va a tener mucho trabajo conmigo..." Le pregunté: "¿Qué siente en este momento?" Cerró los ojos y dejó salir la respuesta desde lo más profundo de su ser: "Humildad... Humildad... Sólo eso".

Aprendí mucho de mi paciente. A lo largo de un año lo vi crecer a pasos agigantados. Aunque su hipersensibilidad a los colores desapareció, su progreso psicológico y espiritual crearon una verdadera revolución interior. Para ser más exacto y parafraseando a Krishnamurti, hubo una mutación psicológica. Vi cambiar la dureza por ternura, la explotación por compasión, el aislamiento afectivo por abrazos y caricias, y la indiferencia por interés y preocupación sentida. La última vez que supe de él, estaba participando activamente en un grupo de ayuda a los indigentes. El mensaje es claro. Sin anestesias subterfugios de ningún tipo, la crisis incontrolable produjo la cantidad de sufrimiento necesario para que mi paciente no tuviera otra opción que asimilar la información y evolucionar. Desgraciadamente no todas las personas sometidas a situaciones límites logran este impacto positivo. Si el manejo de la experiencia estresante es inadecuado, puede sobrevenir lo que se conoce como "Síndrome de estrés postraumático", un trastorno que necesita ayuda profesional.

Si bien es cierto que todo sufrimiento deja su enseñanza, a veces es posible ubicarlo en un contexto diferente y crearle un nuevo significado. En estos casos, el sufrimiento adquiere una dimensión especial que trasciende la cualidad educativa que lo caracteriza. Un señor de edad, viudo desde hacia dos años, no había podido superar la muerte de su mujer. No habían tenido hijos y ya no le quedaba familia. Extrañaba muchísimo a su esposa y se sentía sin fuerza para seguir viviendo. Los antidepresivos producían un adormecimiento del dolor, pero su tristeza era demasiado honda como para ceder a la droga. Recordé un caso similar que había sido tratado exitosamente por Víctor Frankl, un prestigioso psicólogo humanista sobreviviente del holocausto, y decidí intentar el mismo procedimiento. En una de las citas le pregunté qué habría ocurrido si la viuda hubiera sido su esposa. Su rostro cambió de inmediato: "Ella no lo hubiera soportado... Era una mujer muy frágil y suave... Y me adoraba". Fue cuando le sugerí que diera a su dolor una nueva visión: "Usted amaba a su mujer más que a nada en el mundo... Desde ese contexto de amor, ¿no es mejor que sea usted el que tenga que vivir la angustia de la pérdida? Usted era el más fuerte... Es como si la estuviera reemplazando... ¿Por qué no intenta ver su sufrimiento como un acto de sacrificio, producto del amor? Usted se ha hecho cargo de algo que ella no iba a ser capaz de soportar... Trate de reubicar el sufrimiento, reinterprételo y déle un nuevo valor... En ese preciso instante, sin más discursos, él comprendió lo que yo quería decirle. El dolor psicológico de la pérdida había adquirido un sentido que no tenía antes. Había dejado de ser un sufrimiento inútil, para ser una desdicha noble. El sufrimiento se había transformado en un acto de amor.

El ser humano posee la facultad de trascender el dolor biológico y transformarlo en valor. Esto no implica desechar el aprendizaje que la naturaleza nos entrega desde la fisiología, sino completarlo: el dolor alerta, el sufrimiento avisa y además dignifica.

Para meditar la enseñanza I. La sabiduría natural te muestra cómo el dolor es un amigo fiel que te jala una y otra vez para que tomes consciencia de algún percance físico real o potencial. La mente imitó esta forma de supervivencia, la trasladó al mundo psicológico e inventó el sufrimiento. El sufrimiento es una señal que te alerta sobre la existencia de esquemas psicológicos negativos que debes modificar para que no te dañen, pero además, cuando le confieres a tu pena un sentido de superación, ese sufrimiento adquiere una dimensión específicamente humana que trasciende lo meramente animal y te engrandece. De ahora en adelante, cuando el sufrimiento se haga notar, no intentes hacerlo desaparecer de inmediato. Míralo, descífralo, acércate a él con humildad para ver qué quiere. El sufrimiento es el privilegio de la autoconsciencia, el baluarte de la vida en plena acción que pugna por seguir adelante. El sufrimiento te recuerda que eres transformación viva y la punta de lanza de la creación. Puedes aprender cada día más de ti mismo, aunque a veces duela un poco. No olvides que el universo te está hablando, se está manifestando a través tuyo. Escúchalo, algo tendrá para decirte.




Bibliografía:.
Sabiduría emocional, walter Riso