SEXO SALVAJE. REFLEXIONES EN TORNO A LA EROTOMAN脥A Y EL RACISMO

NOTA ACLARATORIA

Una breve aclaraci贸n a prop贸sito del t铆tulo: el t茅rmino ‘erotoman铆a’ es utilizado en el presente trabajo no en su acepci贸n t茅cnica, donde hace referencia a un trastorno mental, donde una persona est谩 convencida de la pasi贸n er贸tica y amorosa que despierta en otra persona, generalmente de posici贸n social m谩s alta que la primera. La erotoman铆a tambi茅n se conoce como “s铆ndrome de Clarambault”, debido al psiquiatra de origen franc茅s que tipific贸 dicho trastorno en un amplio tratado publicado en 1921. En cambio, en el presente trabajo utilizo el t茅rmino en su acepci贸n m谩s b谩sica y coloquial, como un deseo sexual exagerado o exacerbado por una persona o situaci贸n, o de facto como un inter茅s intenso y gen茅rico por la sexualidad.

INTRODUCCI脫N

En diversos trabajos he abordado el tema de la anomal铆a y su valor evolutivo como fuente de exploraci贸n de la naturaleza, a partir de la famosa met谩fora del “monstruo esperanzado” propuesta por el bi贸logo y genetista alem谩n Richard Goldschmidt en su libro Bases materiales de la evoluci贸n, durante la estructuraci贸n de la teor铆a sint茅tica de la evoluci贸n. En trabajos previos tambi茅n he explorado el papel de exhibici贸n p煤blica durante el siglo XIX de seres humanos tenidos por anormales y las ideas evolutivas que, muchas veces sin propon茅rselo, ayudaron a difundir, como la degeneraci贸n de las especies, el estigma del mestizaje o la m铆tica creencia en la existencia del eslab贸n perdido.

En el presente trabajo abordar茅 un matiz de la caracterizaci贸n de los otros, de los tenidos no s贸lo por diferentes, sino por anormales, enfermos, salvajes y monstruosos: su sexualidad, y lo har茅 en el contexto de la intensa preocupaci贸n-ocupaci贸n de Occidente por la sexualidad de los otros y por el escenario racista donde se dio tal preocupaci贸n.

EL OTRO, EL SALVAJE, EL MONSTRUO…

M谩s all谩 de la prexistencia de la alteridad respecto del encuentro con el otro real, como entidad fundamental del juego de espejos en la generaci贸n de identidades en Occidente, el Otro, el distinto —como toda la diversidad de la vida, caracterizada de acuerdo con el proyecto racional de Occidente de inventariar el mundo— fue tambi茅n nombrado, descrito y caracterizado. Se busca en el acto mismo de nombrar las diferencias, el establecimiento, las m谩s de las veces artificial, de las fronteras que posibilitar谩n la clara delimitaci贸n de la diversidad.

El Otro, el salvaje, era reconocido por atributos f铆sicos, como su desnudez, por su hirsutismo, por rasgos que lo un铆an con una animalidad, a la que al menor descuido se volver铆a, reafirmando el car谩cter at谩vico de la diferencia.

No se pone en duda ya su estatus de humanidad, pero s铆 se le confina a una inc贸moda periferia de lo humano, a lo extra帽o, a lo raro, a lo an贸malo, a lo enfermo o hasta lo monstruoso, es decir, el Otro termina por encarnar lo indeseable.

En el espacio del comportamiento, el Otro, el salvaje, era descrito generalmente como un ser desmesurado en sus apetencias b谩sicas, particularmente una avidez desmedida por la bebida, la comida y por una sexualidad desenfrenada, sin medida, salvaje, animal. Un ser emergido de la naturaleza y, por ello, potencialmente peligroso al encarnar la negaci贸n de las normas sociales de convivencia.

Recupero la met谩fora orteguiana del centauro ontol贸gico, que muestra la percepci贸n dual de Occidente de la condici贸n humana. Un brioso y para m谩s se帽as evidentemente sexuado cuerpo de caballo presidido parad贸jicamente por el segmento humano, como el encargado de dominar y constre帽ir a la naturaleza a trav茅s de su mesura y de su vida cultural. El caballo es considerado un animal sexualmente potente y los centauros eran caracterizados como seres desmesurados en sus apetencias y claramente erot贸manos.

En contrapartida, el ser civilizado era descrito como un ser donde el control y la regulaci贸n de las interacciones sociales eran descritas como su rasgo fundamental. No se trataba de la inexistencia de apetencias b谩sicas, sino de su regulaci贸n, de su control, de su sojuzgamiento, pues Occidente las reconoce en s铆 mismo, pero las asume bajo el control de los c贸digos de conducta que garantizan la convivencia social.

Tal vez por ello, en Occidente la sexualidad es estigmatizada, negada, pero en diversos sentidos se convierte en omnipresente. Conforman de esta manera una especie de erotoman铆a donde el otro es caracterizado y jerarquizado en un mismo proceso racional a partir de la desmesura de su sexualidad. El otro salvaje es considerado como potencialmente violador, promiscuo y retorcido. Como un ser que lleva a cabo actos antinatura, por lo cual debe ser marginado, relegado, expulsado y s贸lo en ciertas situaciones controlado, violentado o recluido.

EL SEXO SALVAJE. DE LA SEXUALIDAD DE LOS SALVAJES

En Occidente, el salvaje es caracterizado como tal por su aspecto f铆sico, pero fundamentalmente por su comportamiento. Comportamiento que lo aproxima a su condici贸n animal y que lo reduce a ella.

El salvaje es un ser humano desprovisto de cultura y por ello es fundamentalmente un animal, aunque con potencialidad, pues el salvajismo es un estado al cual se puede acceder o abandonar. Es decir, el salvaje puede dejar de serlo y para ello debe adoptar las normas de la vida en sociedad, es decir, debe controlar sus apetencias.

Por otro lado, el ser humano civilizado puede abandonar su condici贸n de animal cultural para regresar, a modo de salto at谩vico, a la naturaleza. Hecho que recuerda al ser civilizado su condici贸n original.

Si la desmesura de su comportamiento es el que le confiere al salvaje su peculiar condici贸n, ser谩 el control sobre sus apetencias, y m谩s espec铆ficamente la represi贸n de las mismas las que le indican el camino hacia la civilizaci贸n.

Desde esta perspectiva, la sexualidad salvaje es caracterizada como fuera de control, promiscua, desmesurada, retorcida, parad贸jicamente antinatura, donde lo natural en el ser civilizado es precisamente la sublimaci贸n de sus instintos en aras de permitir la convivencia social civilizada.

La sexualidad del salvaje es descrita como un simple impulso biol贸gico ante el que, si no se es civilizado, es imposible resistirse y que, en un sentido es capaz de envilecer al salvaje, al carecer del noble sentimiento del amor, que es la 煤nica manera considerada moral para redimir a tan poderosa pulsi贸n biol贸gica.

As铆, la sexualidad salvaje se convierte en un acto de animalidad; necesario, pues de 茅l depender谩 la indispensable reproducci贸n biol贸gica; de impudicia, pues los seres civilizados que han descubierto el pudor deben realizar la copula en el espacio de lo privado, y bestial, al carecer del amor como forma de redenci贸n ante el pecado capital de la lujuria. Es decir, la sexualidad salvaje es considerada un vicio de acuerdo con la tradici贸n occidental. La moral cristiana asume que la represi贸n de la sexualidad es necesaria y constituye la 煤nica v铆a para la construcci贸n del sujeto considerado como moralmente adecuado.

La lujuria es considerada un pecado capital, no s贸lo por la gravedad de la misma, sino porque el pecador es capaz, al ser v铆ctima de la intensidad de sus pasiones, de cometer muchos otros pecados.

Dice Tom谩s de Aquino que los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana est谩 principalmente inclinada. Y normalmente es clasificada como vicio en oposici贸n a una virtud en particular

La erotoman铆a o lujuria es considerada como un pecado producido por pensamientos excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e incontrolable. La condici贸n de salvajismo supone la no reprensi贸n de estos pensamientos y su traducci贸n en una adicci贸n a las relaciones sexuales, al adulterio o a la violaci贸n.

El DRAE en su XXII edici贸n define a la lujuria como un vicio constante en el uso il铆cito o en el apetito desordenado de los deleites carnales, o como el exceso o demas铆a en algunas cosas. De tal manera que es prudente considerar, adem谩s, que la lujuria inicia donde ha terminado la temperancia.

Si es la desmesura lo que caracteriza a la lujuria y la convierte en vicio o en pecado capital, la virtud a la que se opone es la castidad. Es decir, al comportamiento voluntario de moderaci贸n de la pulsi贸n sexual y a la adecuada regulaci贸n de tales apetencias.

As铆, el salvaje que es incapaz de reprimir sus apetencias b谩sicas es caracterizado adem谩s como un vicioso, v铆ctima de su falta de temperancia, un pecador incapaz del control sobre s铆 mismo y por ello incapaz de mantener la castidad. El control de la lujuria es visto, entonces, como una virtud que caracteriza y en cierto sentido funda a la civilizaci贸n.

DE LA EROTOMAN脥A (LA DE OCCIDENTE) Y EL RACISMO

As铆, la caracterizaci贸n del salvaje, real o imaginario, centr贸 su atenci贸n en las diferencias, f铆sicas y comportamentales, y de 茅stas, con un singular铆simo inter茅s lo hizo en las espec铆ficamente sexuales.

La sexualidad salvaje fue descrita como fundamentalmente lujuriosa y sin control, contrapuesta a la castidad, entendida no s贸lo en su acepci贸n sexual, sino como un elemento civilizatorio basado en la reprensi贸n y el control de las apetencias.

Las diferencias entre los tenidos por salvajes y los autoasumidos como civilizados fueron abundantemente reconocidas, nombradas, clasificadas y jerarquizadas, bajo un principio fundamentalmente heterof贸bico y racista. Vale la pena mencionar que este fue uno de los ejes reflexivos de la naciente antropolog铆a durante los siglos XVIII y XIX, y constituye, por as铆 decirlo, su pecado fundacional.

En el proyecto econ贸mico y pol铆tico en el que nace la antropolog铆a como disciplina de las diferencias humanas queda claro el valor que tiene la caracterizaci贸n de la alteridad. Las posibilidades de intervenci贸n y apropiaci贸n derivadas de esa manera de representar las diferencias humanas son claras, donde resalta la no ingenuidad del conocimiento antropol贸gico.

Sin embargo, m谩s all谩 del l贸gico inter茅s por la generaci贸n de conocimiento de las diferencias humanas, ¿cu谩l fue el motivo espec铆fico de la intensa preocupaci贸n de Occidente por la sexualidad de los salvajes?

El 茅nfasis erot贸mano de Occidente puede explicarse por varias formas, algunas vinculadas con el propio car谩cter especular de la antropolog铆a; otras derivadas de las consecuencias potenciales del ejercicio de una sexualidad sin constre帽imientos sociales.

La sexualidad desmesurada, viciosa y pecaminosa, aunque m谩s espont谩nea y libre del salvaje se construye como ant铆tesis de una sexualidad mesurada y virtuosa de los tenidos a s铆 mismos por cultos y civilizados, y tambi茅n como una sexualidad constre帽ida por prejuicios morales y reprimida incluso por instituciones sociales, como la Iglesia, la familia, la escuela o hasta la ciencia m茅dica.

Por otro lado, una sexualidad como la que se atribuy贸 a los salvajes ten铆a diversas consecuencias; destaco dos de ellas que, para fines del pensamiento raciol贸gico y eugen茅sico de los siglos XIX y XX, resultaron fundamentales: la promiscuidad y el mestizaje.

La heterofobia y el profundo miedo a la sexualidad salvaje se basan en un presupuesto asignado a la misma: todos yacen potencialmente con todos. Una sexualidad sin constricciones sociales, expresada libremente corre el riesgo de convertirse en promiscua.

La erotoman铆a y la heterofobia derivan en un miedo profundo a la promiscuidad, a la sexualidad sin tapujos del salvaje y en 煤ltima instancia a la mezcla o confusi贸n desordenada de las simientes y, por 煤ltimo, a la potencial mezcla en los productos de la promiscuidad, es decir, un miedo y rechazo a una descendencia bastarda

A su vez, el tenido por bastardo infunde miedo y rechazo, porque, seg煤n su acepci贸n como persona que nace fuera del matrimonio, es tambi茅n aquel que se aparta de sus caracter铆sticas originales o las va perdiendo; su existencia supone poner en entredicho un orden determinado de las diferencias humanas y de sus relaciones posibles e incluso deseables.

As铆, la sola existencia del bastardo pervierte el orden natural de las cosas y por ello resulta peligroso. El bastardo supone, al menos para algunas de las simientes, si no es que para ambas, la degeneraci贸n. El mestizaje es, pues, peligroso; es un proceso que se ha de evitar si se quiere mantener no s贸lo una simiente pura, sino en un sentido extenso, un orden singular, conocido y deseable de las cosas del mundo.

Todo ello conformar铆a el sustento argumental de las pr谩cticas eugen茅sicas que junto con el evolucionismo decimon贸nico vieron en el mestizaje una v铆a de potencial degeneraci贸n de las poblaciones tenidas por virtuosas.

El matiz discursivo del mestizaje en la eugenesia latina sigue, sin embargo, asumiendo una calidad diferencial de las simientes. Eugenesia al fin. El mestizaje es deseable cuando una de las simientes mejora a trav茅s de tal proceso. Como en caso del potencial blanqueamiento de la poblaci贸n mexicana derivado de las pol铆ticas migratorias del M茅xico de la posrevoluci贸n.

El bastardo, el mestizo, es repudiado. Ya en el deuteronomio b铆blico se afirma: tampoco el bastardo podr谩 entrar en la asamblea del Se帽or hasta la d茅cima generaci贸n.

No se trata s贸lo ya de la caracterizaci贸n de la diferencia. El bastardo es el producto ya no antinatural, sino inmoral de la mezcla de simientes y eso establece una condici贸n tan marginal y perif茅rica en el mundo del orden y lo deseable como la ocupada por el salvaje real o imaginario.

Erotoman铆a y racismo, cimientos sobre los que se edific贸 y se fund贸 el edificio de la racionalidad de Occidente y la propia antropolog铆a, como la disciplina encargada de representar y, con ello, intervenir a las diferencias humanas.

No es casual, entonces, que en la abundante caracterizaci贸n de los americanos por parte de los europeos, uno de los ejes de la misma fueran sus atributos sexuales, su impuso sexual o la carencia del mismo, la desmesura de su sexualidad, la calidad y cualidad de la descendencia producto del mestizaje, el lugar que deb铆an ocupar los bastardos en el contexto de la estructura social producida por la mezcla indiscriminadas de simientes.

No es casual tampoco que la petici贸n de Julia Pastrana a Theodor Lent, su representante y marido, sobre la posibilidad de generar descendencia entre ambos haya sido vista por Lent no s贸lo como fuera de lugar, sino como pecaminosa al surgir la posibilidad de la perpetuaci贸n de las caracter铆sticas de Julia y que ello pudiese ser considerado como la perpetuaci贸n del pecado. Al final, para m谩s de uno, la muerte del cr铆o o de la propia Julia es el justo castigo a los pecados de la carne y a los actos contra natura.

Tampoco es casual que Sara Baartman, la famosa Venus hotentote, sufriera, casi con la misma intensidad en los prost铆bulos donde los curiosos pagaban unas monedas por constatar la singularidad de sus atributos sexuales o con los llamados hombres de ciencia, como George Cuvier, quienes, desde la misma erotoman铆a, pero desde diferentes frentes, igualmente sent铆an curiosidad por sus atributos f铆sicos, esteatopigia y sinus pudoris, y a la supuesta sexualidad animal de la Venus.

Erotoman铆a y racismo en la superficie y en la profundidad de la fundaci贸n de la antropolog铆a, en el juego de espejos en el que, en el acto mismo de entendernos, caracterizamos al Otro y a su sexualidad como natural, desmesurada, viciosa e inmoral.



Fuente: Extra铆do del PDF Emociones perspectivas antropol贸gicas. Cap铆tulo final. Desde p谩gina 213