EL ARTE DE AQUIETAR LA MENTE. De cómo vivir sin la carga del Pasado y la amenaza del futuro

EL ARTE DE AQUIETAR LA MENTE. De cómo vivir sin la carga del Pasado y la amenaza del futuro

"La mente es un mono inquieto, saltando de rama en rama en busca de frutos por toda una selva interminable de sucesos condicionados”
BUDA

¿Quién no ha deseado alguna vez desconectarse de la realidad y que lo internen en una de esas clínicas campestres con todo incluido? “Desenchufarse” y caer promiscuamente en los brazos de Morfeo buscando el sueño reparador, es una necesidad sentida por la mayoría de las personas que deben trabajar para sobrevivir. Uno de mis pacientes, cansado y agotado de no tener vacaciones hacía años, me relataba así su muy sentida fantasía: "Me gustaría conseguirme una mujer de unos quince metros de alto, meterme en su vientre, adoptar una posición fetal, colocar el pulgar en mi boca, colgarme del cordón umbilical y flotar, simplemente flotar en el líquido amniótico...” Cuando volvió a la realidad, me preguntó qué opinaba al respecto. Luego de dudar un instante, decidí ser sincero: "En principio no veo nada de anormal en su fantasía, y espero que así sea, porque yo también la he tenido". Esa sesión fue gratis.

Creo que todos, en situaciones de estrés agudo, consciente o inconscientemente, hemos añorado escondernos en aquel lugar seguro donde nada ocurría y todo estaba bajo el control de mamá. El síndrome del regreso al vientre materno se da sin distinción de sexo, edad o nivel cultural, basta sobrecargar el sistema para que la ilusión siga su curso. Alguien que nos cobije y murmure dulcemente al oído: "Tranquilo... Descansa... Yo me hago cargo de todo". ¡Qué alivio! Desgraciadamente no es tan fácil. Incluso cuando dormimos, sigue existiendo un parloteo encubierto incesante y el ruido de miles de pensamientos saltando de una idea a otra.

En realidad toda la moderna civilización industrializada está construida sobre la base del tiempo. La estructura psicológica humana vive en función de una supuesta "planeación estratégica" que no ha podido mostrar todavía balances psicológicos positivos. Nos mantenemos yendo y viendo, pronosticando y revisando, corriendo detrás y en pos de lo que podría ser y lo que podría haber sido y no fue. Nos mata la ansiedad y nos carcome el resentimiento. No sabemos vivir sin la angustia inclemente de relojes y espejos: uno acosa, el otro envejece.

Contrariamente a lo que suele pensarse, aquietar la mente es mucho más que meditar. El sosiego de la actividad mental requiere de un cambio más profundo y global que interrumpir de vez en cuando el pensamiento. El verdadero revolcón está en producir una calidad de mente que no solamente se libere a ratos, sino que adquiera un estilo permanente, una manera de ser que le permita andar más despacio, recordar información relevante y anticipar lo indispensable, pero nada más. ¿De qué sirve sentarse juiciosamente a meditar dos veces al día, meterse a la llamada brecha cuántica y sentir la unión cósmica, si después volvemos a navegar otra vez en el flujo de un devenir plagado de exigencias futuras ("querer ser más") y viejos arrepentimientos ("no haberlo hecho mejor”)? Es posible que con la meditación el mono se siente, así sea por una fracción de segundo (lo cual ya es mucho), a descansar en una rama. Pero insisto, el ejercicio es totalmente insuficiente si nuestro quehacer cotidiano sigue inmerso en la marea de los ires y venires. Una mente serena es capaz de reconocer cuándo el pasado y el futuro están haciendo daño, para ajustar el cronómetro mental a lo que realmente sea útil y adaptativo.

Los estilos personales que impiden aquietar la mente

La civilización moderna ha creado dos formas inadecuadas, distintas pero no excluyentes para no estar en el presente. La mayoría de nosotros mostramos, explicita o implícitamente, la tendencia a aproximarnos más a un extremo que al otro, dependiendo de los valores que hayamos introyectado en la primera infancia: (a) la personalidad Tipo A, adicta al futuro, incapaz de liberarse del poder y la ambición, y (b) la personalidad Tipo C, atada al pasado, incapaz de liberarse de la necesidad de aprobación y al mal hábito de postergar. Cada una de ellas representa un modo complejo de pensar, sentir y actuar, altamente valorados e incomprensiblemente difundidos por la educación tradicional como modelos que hay que seguir. Gran parte de nuestros jóvenes son víctimas de una pedagogía claramente orientada a difundir y exaltar estos patrones de comportamiento insanos. La invitación a participar en este proyecto de socialización parte de dos promesas: si eres Tipo A, tienes el éxito económico y profesional asegurado y si eres Tipo C, la gente te querrá más y vivirás más tranquilo. Estas dos aseveraciones son, además de incompletas, supremamente peligrosas, ya que no se alerta a la población sobre las consecuencias negativas que arrastra el uso de cada patrón.

El Tipo A es uno de los principales cómplices de las enfermedades cardio y cerebro vasculares, además de generar la máxima expresión de estrés y ansiedad conocida hasta la fecha. El Tipo C es un factor de predisposición para el cáncer, además de ser el receptáculo donde mejor germina la depresión. Mientras la codicia del Tipo A destruye a otros y se suicida en el intento, el Tipo C, lentamente, se va anulando como persona hasta desaparecer. El eslogan publicitario que vende esta idea de la felicidad artificial y contaminada, parece ser el mismo para ambos tipos: "Prestigio y aceptación, aunque mueras en el intento".

Toda la configuración psicológica de las personalidades Tipo A y Tipo C, ha sido moldeada por los condicionamientos y requerimientos de unasociedad que se aleja cada vez del aspecto humanista del hombre. El menú está a nuestra entera disposición: podemos elegir la enfermedad que genera la amenaza de un futuro incierto (estrés e infarto), el sobrepeso de un pasado intolerable (depresión y cáncer), o ambas. Veamos en detalle cada uno de estos estilos.




Bibliografía:.
Sabiduría emocional. Walter Riso