LITERATURA Y CINE QUE SANAN. LITERATURA Y CINE QUE ENFERMAN

Dependiendo del tipo de emoción que nos produzcan, es posible hablar de una literatura que sana y otra que enferma.  Una que libera energías atrapadas en nuestro interior a causa de la tensión y otra que las aumenta para transformarlas en angustia.

Hemos venido analizando cómo el mundo de «civilización» y «progreso» en el que vivimos ha hecho a un lado las emociones. Esto es comprensible dado que si a una persona le interesara, le doliera y le lastimara lo que le pasa a los indigentes con los que se cruza directamente en su camino al trabajo, no podría funcionar correctamente dentro de un sistema basado en la competencia y el egoísmo.

¿A qué gobierno le puede interesar que un soldado sienta compasión por el enemigo al que tiene que aniquilar?  ¿Que piense en el dolor que va a provocar en la esposa y los hijos de ese hombre al momentode matarlo? O ¿a qué inversionista le agradaría que una anciana se negara a vender una casa ubicada en un área altamente comercial porque en ella nacieron sus hijos y sus nietos? ¿O a qué Casa de Bolsa le puede importar tener como cliente a un millonario dispuesto a repartir su dinero entre los pobres? ¿A quién importan los ríos, las casas, los árboles, los monumentos históricos, los campesinos, los pobres cuando está de por medio el desarrollo económico? ¿Cuál es el valor que tienen en el mercado las emociones? Ninguno. Y tal parece que a muchos les encantaría acabar de plano con ellas para que no interfieran en sus proyectos de desarrollo.

Pero   a las emociones no se les puede vender tan fácilmente.  Nadie las puede abolir. Podemos, a lo mucho, cubrirlas con una manta de indiferencia y no prestarles atención, pero que nos siguen afectando por dentro, no hay duda.

Otra forma de apagarlas es modificando nuestra escala de valores, nuestros patrones de pensamiento, de manera que, por ejemplo, lleguemos a la convicción de que la  competencia  es una actitud «sana». Si en algún momento de la historia del hombre, la solidaridad fue indispensable para la supervivencia, ahora se trata de sobrevivir haciendo a un lado la  solidaridad

Veamos qué tan «sano» es esto. Dentro del mundo de la competencia, de entrada, es indispensable demos-trar que uno «sabe», que «puede» y que «es mejor» quelos demás. Y la forma de lograrlo es anulando ydevaluando los logros del de junto. De esta manera, au-tomáticamente nos colocamos en una posición de supe-rioridad. Por supuesto, este acto exige una desconexiónemotiva de nuestro compañero de trabajo.

Esta práctica nociva que las empresas fomentan seconvierte en una fuente constante de tensión laboral queafecta significativamente, en la salud de los empleados.Técnicamente hablando,   el estrés es una respuesta mental y física a una situación adversa que moviliza nuestros mecanismos de defensa: el mecanismode enfrentar o huir.  Desafortunadamente, no siemprepodemos actuar ante lo que sentimos o percibimos comouna amenaza contra nuestra integridad. Nadie tiene elpoder de cerrar una Planta Nuclear, ni detener una gue-rra, ni cerrar una fábrica de armamento, ni siquiera tie-ne la posibilidad de renunciar a un trabajo donde se lehumille constantemente, pues éste significa su sosténeconómico. Para sobrevivir, lo único que puede intentares tratar de no involucrarse emotivamente. Pero esteproceso de aislamiento resulta altamente doloroso.

Encuentro que lo más apropiado para expresar loque es la desconexión es el momento en que nacemos ynos cortan el cordón umbilical. ¡Qué soledad sentimos!¡Qué sensación de no sentir quienes somos! Antes éra-mos un todo formado por dos. Ahora nos falta una par-te, la de la madre. ¿Dónde está? Toda esa angustia antela vida se desvanece por arte de magia cuando somosabrazados nuevamente por nuestra madre y escuchamosel latido de su corazón. Es un ritmo conocido, que nosconecta con ella, que nos recuerda nuestro origen, quenos da paz. En ese momento sabemos que no estamossolos, que alguien nos ama, que alguien nos cuida.

Si analizamos a profundidad la sensación de   sentirnos desconectados,  podríamos ir más allá de la razón,más allá de lo que nuestros ojos pueden ver, nuestrosoídos oír y nuestras manos tocar. Podríamos llegar has-ta el lugar que abandonamos al nacer. ¿Cuál es? ¿Dóndeestá? Ése es un misterio con el que nos enfrentaremosel día de nuestra muerte, cuando retornemos al lugarde origen. Mientras tanto, no podemos evitar sentirnosdesconectados, abandonados, solos y como nuestros sen-tidos no nos alcanzan para percibir otras realidades, buscamos desesperadamente la forma de mantener elcontacto con nuestra patria celestial para poder  sentirnos hijos amados del universo .  Porque muy peromuy en el fondo, intuimos que nuestra madre actuó úni-camente como intermediaria para que nuestra alma seinstalara en nuestro cuerpo y nuestro cuerpo en la tie-rra, pero no fue ella quien le dio vida a nuestra alma.Fue alguien más en otro sitio y debe de haber un puentede conexión entre este mundo y el otro. Sólo las perso-nas que amplían su conciencia lo suficiente son capacesde entrar en contacto con esos mundos y descubrir queno estamos tan solos como creemos.

Pero los que no podemos, seguimos buscando la for-ma de establecer contacto. Así como en el ombligo nosqueda la marca de que alguna vez estuvimos en el vien-tre de nuestra madre, debe de haber un signo que nosmuestre de dónde venimos, quiénes son nuestro padrey nuestra madre celestiales. ¿Por qué no sentimos elsonido de su corazón? ¿Por qué no sentimos su abrazo?¿Por qué no acuden a nuestro llamado?

Tal vez por eso, cuando uno grita y la soledad le haceeco, cuando se siente aislado, cuando no encuentra sen-tido a la vida, siente una urgencia por encontrar un so-nido, un ritmo, una palabra que lo conecten nuevamen-te a ella. Que le hagan sentirse acompañado y seguro.

La palabra, en su carácter de invocación, vincula,une, establece puentes en la memoria.

Si nos atenemos a lo que algunos estudiosos han ex-presado, se puede decir que la primera forma de mani-festación de la literatura fue rítmica. Allí están comoprueba los versos que expresan en distintas culturas, laregularidad del ritmo de las siembras, o la ira de losdioses, expresada en la métrica regular de las danzassagradas.

Posteriormente surgió la necesidad de narrar acon-tecimientos de la vida cotidiana, alejados de los esque-mas métricos y surgieron las formas narrativas. Se tra-taba de estructuras flexibles, que permitieron una lon-gitud mayor y la creación de grandes ficciones imagina-das. Éstas eran formas más cercanas a nosotros que lasde los mitos antiguos, pero eran igualmente profundasy universales. Así,   la literatura seguía cumpliendosu función de relacionar al hombre con sus propiossonidos, es decir, la de conectarlo con la vida.

En este sentido, la literatura ponía al ser humanoen comunicación con sus más elementales referenciasde la realidad y lo ayudaba a confrontar sus propiasimperfecciones y deseos, revelándole un mundo de vo-ces ambiguas venidas de lo más profundo de la concien-cia colectiva. Ante una palabra o concepto que el hom-bre reconocía en un texto sentía lo mismo que cuandoencontraba a un amigo conocido y se abrazaba a él.

En la mitología, por ejemplo, el hombre encontró laforma ideal para reconocerse en otro al crear una formasimbólica compleja que representa por medio de imáge-nes las manifestaciones más esenciales del ser humano.Para comprobarlo, basta recordar los estudios de KarlJung. La literatura desprendida de la mitología se con-vierte en un espejo donde todos nos podemos reconocer.

De la misma manera que los personajes de la mito-logía nos representan, hay palabras que encierran en suinterior la manifestación más importante y suprema quepuede haber: la de la divinidad. Estas palabras son  los mantras o las oraciones.

El poder de una palabra sagrada es muy amplio ytrasciende la burda materia. Ojalá que en el nuevomilenio la ciencia se encargue de demostrar que la pro-nunciación y repetición, ya sea de un mantra o de una oración, en un estado de relajación o meditación, nosabre la puerta a un universo desconocido. Nos lleva másallá del pensamiento, del sufrimiento, del abandono,pues nos hace uno con la energía suprema. Aquella queestá presente en cada partícula de este universo y quenos es común a todos los seres humanos. Este vínculocolectivo es muy poderoso. Nos integra a todos por igualy nos hace sentir parte de cada árbol, de cada piedra, decada estrella, de cada ser humano, pues en todos ellos,al igual que en nosotros, vibra una misma energía, unamisma palabra. Ya un santo en la India dijo: «Cuando elnombre de Dios está en tu lengua, la liberación está entu mano.»

Hace poco, dentro de un laboratorio, se realizó unexperimento poco usual. Se les rezaba a las bacteriaspara comprobar si la oración tenía efectos reales sobrela materia o sus efectos eran producto de la fe. Las bac-terias no piensan, no creen en Dios y por lo tanto no sonmaterial influenciable. Para sorpresa de los investiga-dores, las bacterias reaccionaron positivamente a lasoraciones, pero no de una forma realmente «comproba-ble» para la ciencia. Ninguna revista médica ha publica-do los resultados del estudio.

Por otro lado, hace años el libro de Luise Hay Tú puedes Sanar Tu vida , causó una revolución.   Yo misma, les puedo asegurar que sané de varias enfer-medades repitiendo frases que vienen en su libro .  Ella sostiene que la mayoría de las enfermedades soncausadas por un patrón de   pensamiento negativo .  Loúnico que tenemos que hacer es modificar ese patrón depensamiento para recuperar la salud. Ella, en sus añosde experiencia como terapeuta, identificó la emociónescondida atrás de cada enfermedad y diseñó la fraseadecuada para contrarrestarla. Si analizamos las frases que tenemos que repetir para recuperar la salud nosvamos a encontrar que la mayoría contienen las pala-bras: seguridad, amor, aceptación, perdón. Precisamen-te las palabras mágicas que la sociedad en la que vivi-mos nos niega.

Sería sensacional que todos los seres humanos tu-viéramos conciencia de que las palabras nos pueden sa-nar o enfermar, que una palabra de amor genera una olaque acaricia a millones de personas. Que une, que vin-cula, que libera energía.

¿Pero qué pasa cuando la palabra pierde ese carác-ter? ¿Cuando en lugar de unión crea confrontación?Cuando es utilizada para difamar, para insultar, paramanipular. Cuando no refleja la realidad ni respalda laverdad. Cuando la palabra «libertad» significa esclavi-tud. Cuando se habla de «democracia» mientras se im-pone una dictadura. Cuando se nos ofrece ayuda para ladefensa de nuestra soberanía y sabemos que vamos aacabar perdiendo hasta la camisa. En esos casos, la pa-labra es como un son que nadie baila porque su ritmo esirreconocible.  El son de la razón sin corazón

Hubo un tiempo en que empeñar la palabra era unacto respetable. El honor iba de por medio. Uno podíaconfiar totalmente en lo ofrecido por un caballero puessabía que pasara lo que pasara cumpliría con lo prome-tido.

En cambio, ahora, en boca de algunos mediosde comunicación y la mayoría de los políticos, laspalabras no siempre expresan la realidad sino todolo contrario.   No cumplen con su misión de informar.La herencia de Cantinflas se respira en los discursos delos políticos. Hablan sin hablar. Dicen sin decir.   Utilizan palabras ambiguas para engañar, para confundir-nos y obtener nuestro voto. Eso es lo único que les interesa. Por su parte, muchos medios de comunicación nocomunican. Se interesan por las noticias sensacionalis-tas, de corte amarillista, porque son las que más ven-den. La prioridad es encarecer la publicidad en la tele-visión, atraer patrocinadores importantes, aumentar laventa de periódicos o revistas. Lo que importa es la no-ticia y no la verdad.   La palabra en estos casos es comoun veneno de efecto prolongado.

Por eso soy muy cauta cuando leo los periódicos. Nosólo por la cantidad enorme de mentiras que aparecenpublicadas, incluyendo declaraciones mías que nunca hehecho, sino por la cantidad de verdades tan serias y pre-ocupantes de lo que sucede en el mundo. Y así como unmúsculo tenso representa una fuga constante de ener-gía, una mente obsesionada quema gran cantidad de glu-cosa. Si generalmente el cerebro utiliza el 20 por cientode la energía metabólica de nuestro cuerpo, imaginenlo que pasa cuando trabaja horas extras pensando encómo detener las guerras fratricidas, cómo proteger alos niños de la calle, cómo ayudar a las víctimas de te-rremotos, inundaciones o el narcotráfico. A veces el ex-ceso de información puede resultar contraproducente,pues nos deprime con las terribles consecuencias queesto acarrea.

El miedo entra por los ojos.  Ellos son los que nosadvierten cuando el peligro acecha y nos informan cuan-do cesa. Los noticieros y los periódicos nos inundan deimágenes terroríficas que nos llenan el corazón detemor.   Para contrarrestarlo, bastaría ver la imagen deun campo verde. Al verde se le asocia con la esperanza ycon todo lo que potencialmente contiene formas de vida,con el renacer de las plantas, con la acción renovadorade la naturaleza. Frente al verde nadie puede renun-ciar a un sentimiento de bienestar y paz, de ahí que toda terapia que use los colores ha de buscar el verde comoelemento esencial para recuperar la salud del espíritu.No es gratuito que muchas culturas del mundo, inclu-yendo la azteca, hayan asignado al verde la cualidad dela curación y la salud. Si la imagen de un campo verdese deja acompañar de un cielo azul, libre de smog, y de anuncios comerciales, contamos con el bálsamo ideal para el alma.

Como este tipo de medicamento no se encuentra fá-cilmente en estado natural, uno acude al cine en bús-queda de imágenes que le hagan sentirse mejor. Se aco-moda tranquilamente en la butaca y se dispone a gozarde una buena película. ¿Y qué pasa? Que la mayoría delas veces, en lugar de salir tranquilizado uno sale muyempeorado, emocionalmente hablando. Independiente-mente de lo que nos pueda alterar el contenido de lacinta, no sé si lo han notado, pero cada día aumentanmás el sonido en las escenas de suspenso, o de persecu-ciones. Obviamente lo hacen con el propósito de inten-sificar el miedo y la angustia, ¡y vaya que lo logran! Nosé qué es peor, si el miedo a que los tímpanos se revien-ten o a lo que le puede suceder al protagonista de lapelícula. O las dos cosas. El caso es que la música dise-ñada para acompañar las escenas de suspenso   nos ponelos nervios de punta.   Técnicamente hablando, el sus-penso es la duda que tiene el espectador sobre si el hé-roe va a lograr o no sus propósitos. Nosotros, los espec-tadores, como estamos identificados con él, queremosque triunfe a toda costa, pues su triunfo representa elnuestro y, entonces, sufrimos en carne propia cada unode los percances que sufre. No lo sentimos, pero cadagolpiza que recibe, cada huida que realiza, cada accidenteque sufre nos afectan en el funcionamiento del hígado ydel corazón dependiendo del grado de angustia que nos despierten. Se dice que poco veneno no mata, pero quedaña, daña. Cada imagen, cada sonido, cada palabra queentran en nuestra mente nos afectan. En ese sentido,una ida al cine puede resultar dañina.

Sería importante que los creadores estuvieran muyconscientes de las repercusiones que pueden tener laspalabras y las imágenes que estamos manejando. Todasellas generan emociones que afectan de forma sustan-cial ya sea a nuestros lectores o a nuestros espectado-res. En ese sentido, se puede hablar de que  existe unaresponsabilidad del creador.  Estamos manejandomaterial altamente sensible. Tal vez en el futuro a loslibros y a las películas se los acompañará de la leyenda«este producto puede resultar nocivo para su salud».Mientras tanto dependemos de nuestro buen juicio paraelegir el tipo de libro, de periódico, de noticiero o depelícula que vemos, pues tienen un carácter invocador.Cada imagen, cada frase dicha establecen un puente enla memoria y nos conectan con nuestro origen.

¿Y qué pasa cuando la labor del escritor deja de serla de mediador y tiende a convertirse en la de «desco-nectador». Cuando a la vocación narrativa se impone lanecesidad de demostrar que se es más inteligente quelos demás.   Cuando lo que al escritor le interesa esreafirmar su superioridad intelectual, la literatu-ra se convierte en un lenguaje más del poder .  Estetipo de escritura está hecha para «sorprendernos», paradejarnos fuera de un juego de entendidos que permitecolocar al autor entre un grupo selecto de exquisitos quecomparten sus «combinaciones» privadas, que sólo ellosentienden y que terminan por matar la vitalidad del fe-nómeno artístico que provee la literatura. Dicho en otraspalabras, ellos piensan que para que una obra artísticasea importante, debe apelar exclusivamente a la razón y debe de estar lejos de la comprensión de las grandesmayorías, pues si ellas la comprendieran estarían en elmismo nivel intelectual del creador y en el mundo de lacompetencia esto es inaceptable. Esta actitud genera unfenómeno que yo llamo el del «nuevo traje del empera-dor». ¿Recuerdan el cuento? Un rey muy soberbio, conpoder absoluto, manda hacer un traje para una ocasiónmuy especial. Traen a un sastre famoso que resulta serun gran pillo que lo engaña presentándole una tela ma-ravillosa y, por supuesto, carísima, que no existe. El reyno la ve, pero el sastre embaucador le dice que sólo losinteligentes pueden verla. Nadie más. El rey cae en latrampa y afirma que la tela es efectivamente preciosa ytodos en el reino, con tal de no quedar como tontos, seasombran ante la tela invisible. Valga este ejemplo parailustrar lo que el tipo de literatura sólo para intelectua-les puede provocar. En el fondo del fenómeno necesa-riamente está el egoísmo del creador. Y no me refiero auna posible necesidad económica o a un deseo de pro-greso profesional o de fama, cada una de estas cuestio-nes serían un mal menor si no tuvieran como fondo unaintención depredadora

Estoy hablando de un tipo de literatura provocadapor una actitud insana y emocionalmente negativa, queprovoca en los lectores agobio y desesperación.  No es-toy hablando de una literatura «inmoral», sino deuna «inmoralidad» al escribir una literatura exclu-yente ,  que deja al ser humano fuera del alcance de símismo y que sólo se compromete con el propio benefi-cio, material o inmaterial, de quien la escribe. El escri-tor no comprometido produce una literatura que opri-me a los lectores.

Si consideramos lo que Elena Garro dijo en Recuerdos del porvenir : «Yo sólo soy memoria», ¿qué pasa con el lector que no se reconoce en la lectura? Con ese serque buscó en el libro una conexión y que siente que laspalabras de ese libro no fueron escritas para él, que na-die lo tomó en cuenta, que, es más, se le desprecia tre-mendamente y no se le considera capaz de ocupar unsitio dentro de los intelectuales que habitan el Olimpo?  ¿Aquel que acudió en busca de un abrazo y encon-tró todo lo contrario?

Pues se deprime aún más.

Todo el mundo busca mejorar y sentirse bien con loque hace. No hay forma de sentirse mejor que cuando esamado, apreciado, valorado. Los escritores, al igual quelos cineastas, buscan que su literatura sea apreciada,pero como los valores que rigen la crítica son los mera-mente racionales, escriben de forma que salga a la luztodo su caudal de conocimientos. Por otro lado, la gentebusca sentirse bien encontrando una conexión con sumemoria, con su origen, y si no encuentra ninguna rela-ción con determinado libro, lo rechaza. A pesar de quedesde un inicio al escritor no le interesaron los lectoressino los críticos, al no ser apreciado por el público sesiente rechazado y, a su vez, rechaza y trata de devaluara los escritores que sí son bien recibidos por los lecto-res. Es un juego interminable de «si me rechazas, te re-chazo», del que todos los involucrados salimos perjudicados.

Sobre todo porque nuestra búsqueda se ve frustra-da, porque en lugar de obtener bienestar acumulamostensión y todo nuestro organismo se contrae. Como yahemos visto, el medicamento correcto para combatir ladepresión sería una buena dosis de humor.

La comedia, desde mi punto de vista, es una de lasformas de creación más comprometidas. Para hacerlabien se necesita tener un enorme sentido de autenticidad y un gran conocimiento del ser humano. Ya Aristóteles en su Arte Poética ,les dio tanto a la comediacomo a la tragedia el mismo valor de la verdad y conocimiento. Sólo en algunos momentos de la historia, comonos lo recuerda Umberto Eco enEl Nombre de la Rosa, se ha intentado negar a la comedia como generadora deconocimiento y se le ha querido destruir por medio deldesprecio y la descalificación. En general,   es la estructura de poder la que niega la risa y la considera indigna de ocupar un lugar dentro de las obras «serias»,dentro de las creaciones intelectualmente «aceptadas yvaliosas». Como el mismo Eco nos hace notar,   el poder no se ríe, o sólo lo hace con una mueca falsa, por-que la risa es la expresión más auténtica de libertad .

Y si de risa hablamos, cuánto más podríamos decirdel llanto. La literatura que excluye, nunca se permiti-ría acercarse al sentimiento y a la emoción verdaderos.Por eso desprecian la importancia del  melodrama .

De un tiempo a esta parte, o tal vez desde su mismoorigen, ha existido una fuerte oposición a los mecanis-mos emocionales que despierta el melodrama. Se lesmira con sospecha, con recelo y con desprecio. Se lesconsidera resortes fáciles de una emotividad barata yse reduce su uso y costumbre a escritos faltos de «serie-dad» e insuficientemente «intelectuales».

Es necesario que recordemos que el melodrama esuno de los géneros más poderosos en cuanto a su capa-cidad de influencia y penetración en la sensibilidad delos seres humanos. Es el medio más eficaz para pene-trar en nuestro interior y destruir las barreras que eltemor racional impone. Es una forma perfecta para acer-carnos a nosotros mismos y para preocuparnos por losdemás.

En general, los lectores que han salido huyendo delos libros «incomprensibles e incomprensivos» buscaránen el melodrama la posibilidad de contacto con un per-sonaje que les permita identificarse sentimental yemocionalmente. Si la manera «racional» e insensible deexperimentar la realidad le impide al hombre identifi-carse con lo que les ocurre a los otros, los géneros lite-rarios y cinematográficos que recurren a las emocionescomo base de sus estructuras aportarán la materia pri-ma para poder hacer que la sensibilidad de los especta-dores reaccione y se produzca la conexión.  En ese sentido, es más fácil que una persona se sienta afligi-da por los problemas de un personaje ficticio crea-do en un género melodramático, a que se sientaconmovido por las guerras y las matanzas de la rea-lidad concreta .   Tal vez porque siente que las situacio-nes ficticias al terminar la película tendrán fin y las dela realidad no. En ese sentido es más fácil que un amade casa llore con una telenovela en donde se aborda elproblema de los campesinos a que lo haga por los indiosde Chiapas. Ella siente que el problema de Chiapas estáfuera de su control, que  no puede hacer nada ,   y como lanaturaleza de todos los seres humanos es básicamentecompasiva, acude al melodrama para poder ejercerla.

En la interpretación budista, la auténtica   compasión   se basa en la aceptación o el reconocimiento de que los otros tienen, al igual que uno mismo, el derecho a vencer el sufrimiento. Si analizamos,   la felicidad propia depende de la felicidad de los otros. Y la tristeza de la infelicidad de los demás .  Cuando uno se ve empujado a aliviar el dolor de los otros, está actuando de manera compasiva. ¿Cuántas veces al día nos sentimos obligados a aliviar el dolor de nuestros seres queridos, de hacer que se sientan bien, que no pasen hambre ni frío? El verlos felices nos da felicidad. El saberlos sanos nos da paz. A su vez, la persona que recibe nuestras atenciones mejorará inmediatamente su estado emocional. Encontró una muestra de afecto, alguien le demostró amor, alguien se preocupó por él. Ese acto quedará registrado en la memoria como uno de los mejores y más satisfactorios para ambos. Pasará a formar parte de lo que se empieza a mencionar por los científicos como las   huellas dactilares cerebrales.   O sea, las imágenes y recuerdos que son totalmente personales y que nos pueden caracterizar a los seres humanos de la misma forma que las huellas dactilares.

La vida, finalmente, no es más que un cúmulo de recuerdos, de imágenes, de risas, de lágrimas, a través de los cuales adquirimos conciencia de lo que somos.   Y ¿vale la pena vivirla? Definitivamente, sí. A pesar del sufrimiento, a pesar de la tristeza, a pesar del aislamiento en el que podamos a veces caer, pues precisamente en esos momentos es cuando nos preguntamos ¿cuál es el sentido de mi existencia? Y es ahí cuando aflora una sola voz en nuestro interior. Una voz callada,casi inaudible, que no se atreve a expresarse porque el resto del mundo le niega el derecho a afirmarse. Es en esos momentos de soledad, cuando el «ruido» del mundo queda fuera, que podemos escuchar a nuestra alma que nos dice que el único y verdadero valor es el amor. Sólo en la inactividad descubrimos que lo que nos mantiene con vida no es el recuerdo del coche que compramos, ni de los deberes cumplidos, ni del tiempo que pasamos realizando trámites burocráticos, sino la esperanza de hacer todo lo que no hemos hecho:   decirle a la gente cercana lo que significa para nosotros, darle un abrazo a un amigo perdido, compartir una tarde de risas con nuestros hijos, mirar una lluvia de estrellas, dar un beso de amor a nuestra pareja, amar, amar, y amar.

Estoy convencida de que el día que tenga que partir de este mundo, los sonidos y las imágenes que me van aacompañar no son las de mis archivos en perfecto orden, ni el ruido del motor de mi coche. Serán la imagende mi padre con los brazos abiertos para recibirme mientras daba mis primeros pasos, la del nacimiento de mi hija, la de mi madre arropándome, la mirada de mi esposo, los besos, las risas, los abrazos, el amor compartido.



Capítulo Nro 4 del PDF: El libro de las emociones. Por: Laura Esquivel. Desde página 51 a la 67.