EN BUSCA DE RESPUESTAS

Cuando comencé a escribir este ensayo, tenía unagran cantidad de interrogantes. A lo largo del trabajode investigación encontré las respuestas para muchasde ellas, sin embargo, otras quedaron inevitablemente sin resolver . Me gustaría mencionarlas aquí para que,en caso de que algún científico se interesara en ellas,pudiera entrar en contacto conmigo y me ayudara a salirde dudas. Sé que cada día surgen nuevos descubrimien-tos y avances que nos pueden aclarar más las cosas.

Mi primera pregunta sería: ¿Es posible quemaruna emoción? La emoción, según entiendo, es un im-pulso eléctrico. Como toda corriente energética tieneuna vibración y una longitud de onda determinada, perotambién un límite de duración. Cuando una emociónnace, debe tener un recorrido parecido al de toda la ener-gía en el Universo, o sea, necesariamente seguirá unacurva que incluye inicio, desarrollo y muerte. Para in-tentar decirlo con claridad, imagino a la emoción comola corriente que proporciona una pila. Ahora bien, laspilas sólo tienen un tiempo determinado de energía, no duran para siempre. Ocurre exactamente lo mismo conlas emociones: nadie está todo el tiempo triste o enoja-do. Pero, ¿qué sucedería si en lugar de esperar a que laemoción muriera por sí misma, aceleráramos su curvade desarrollo y la «quemáramos»? Si en lugar de resis-tir la tristeza nos ponemos a sentirla más intensa-mente, ¿será posible utilizar esa energía en exce-so y terminar con ella antes de tiempo? En caso deque eso fuera posible, el descubrimiento nos haría verque de alguna forma podemos controlar las emociones osus efectos sobre nosotros. ¿Sería posible encontrar unamanera «mecánica» para «quemar» las emociones» ¿Sepodrían desarrollar técnicas o terapias para aprender aemocionarse eficazmente?

Segunda pregunta. ¿Es posible sacar una radio-grafía de las emociones?

No me refiero a los estudios que se han realizadodentro de los laboratorios para registrar la actividadcerebral que se realiza cuando se está experimentandouna emoción determinada, no, pienso más bien en esetipo de experimentos que sé que se están realizando enel FBI, esos estudios que consisten en conectar electro-dos en el cerebro de los criminales para luego mostrar-les fotografías de las víctimas de un asesinato o del lu-gar del crimen con el fin de detectar el tipo de reacciónque los delincuentes presentan ante el estímulo, puesdichas imágenes están archivadas dentro de su memo-ria emotiva y el cerebro va a detonar necesariamenteuna emoción, aun en contra de la voluntad del indivi-duo. Si las palabras e imágenes que tenemos registra-das en nuestro cerebro son los detonadores de nuestrasreacciones, ¿sería posible predecir la forma en que unapersona reaccionará ante determinada emoción? Porejemplo, supongamos que una persona compasiva observa la foto de un niño de la calle, anémico, muerto dehambre y enfermo. Si la imagen le despierta una emo-ción compasiva, si le afecta, esa misma persona desea-ría ayudar en condiciones adecuadas a que el sufrimientode ese niño terminara. Estamos hablando de una perso-na de buenos sentimientos. Pero ¿qué pasaría si la mis-ma foto fuera presentada a una persona a la que no lepreocupa en absoluto el dolor ajeno, a la que no la emo-ciona ni le despierta ningún deseo compasivo? En estecaso, por ejemplo, ¿sería posible conseguir despertar unaemoción positiva en un ser acostumbrado a esquivar sucontacto con el sentimiento de los otros? ¿Será posible mover a compasión a un puñado de ricos frenteal dolor, el hambre y el desamparo de millones depersonas en el mundo? Será posible conseguir que unsoldado sienta el padecimiento ajeno y decida dejar deasesinar sólo porque su superior se lo ha ordenado?

Por otra parte y desde esta óptica, ¿no creen quesería muy interesante poder prever las reacciones quetendrán frente a ciertos estímulos los gobernantes quevamos a elegir? Sería sensacional poder saber si un parde tetas pueden volver loco a un sujeto y hacerlo capazde lanzar bombas o desatar una guerra con tal de solu-cionar sus problemas sentimentales. También sería muyconveniente poder saber qué tanto aprecio tienen algu-nos por el dinero, especialmente el ajeno, y si se sientenseguros acumulándolo, o si no soportan la idea de que-darse sin sus cuentas de millones de dólares en Suiza

En ambos casos, que la emoción pudiera «quemarse»o que pudiera ser radiografiada, estamos hablando dela necesidad de enfrentar al ser humano como un enteemocional, cuya manifestación íntegra depende de sucapacidad para aceptar que es una mezcla de racionali-dad y de sensaciones, de emotividad y de pensamientos. Se trata de mirar al ser humano de una maneracompleta. Y este planteamiento, en el mundo en quevivimos es una transgresión. Porque atravesamos unaépoca que se empeña en concebir al ser humano comoun ente arrancado de su pasado, sin memoria, hecho sólopara relacionarse con máquinas y ser «productivo»; unente que mira sólo hacia el futuro y se ha alejado delcontacto con sus emociones. Porque vivimos en un mun-do al que le ha importado más la utilidad que el sentidode la existencia, la envoltura que los contenidos, la apa-riencia antes que la sinceridad de ser lo que se es.

Y tal vez si descubriéramos las verdaderas intencio-nes que están detrás de cada emoción, podríamos sercapaces de entender mejor a nuestros semejantes. Por-que, a fin de cuentas, todos los seres humanos estamosbuscando constantemente sentirnos bien, y muchas ve-ces lo hacemos huyendo del dolor o del miedo que pro-duce la inseguridad.

Habrá gente que no soporte el rechazo y desarrolleuna serie de gestos y de máscaras de sonrisas, de recur-sos de seducción para atraer la atención de los demás,para hacerse simpática, para agradar, para ser indis-pensable, y entonces esa actitud las transformará en esetipo de personas muy acomedidas, muy atentas, esas quepueden parecer muy compasivas pero que en realidadestán disfrazando un simple, puro y enorme deseo deafecto.

Si nosotros fuéramos capaces de «quemar» las emo-ciones negativas, tal vez este tipo de personas no des-perdiciarían tanto tiempo y esfuerzo en aparentar lo queno son, es decir, se podrían deshacer de sus miedos einseguridades y se ocuparían íntegramente en indagarqué es lo que verdaderamente desean de sí mismas, ocu-pación suficientemente complicada como para mantenerlos interesados el resto de sus vidas. Tal vez si lasemociones se radiografiaran bastaría con enterne-cernos por el esfuerzo de defensa e inseguridadde los verdaderamente sinceros y podríamos, almismo tiempo, cuidarnos de los mentirosos, o esta-ríamos capacitados para compadecernos de losequivocados y lucharíamos contra los injustos. Talvez nos veríamos un poco más como verdaderamentesomos.

Porque hay una gran diferencia entre quereraliviar el dolor ajeno y querer controlar el mundopara beneficio personal. A mí no me interesa estable-cer un juicio moral sino hacer una distinción entre dife-rentes emociones. Desde un punto de vista sano unosiempre tiene deseos de mejorar. Una madre amorosa,por ejemplo, siempre quiere que sus hijos estén libresde enfermedades y que no les ocurra nada. Eso está bien.Lo que está mal es cuando nuestro bienestar se cifra enque los demás hagan lo que nosotros pensamos que es lomejor para ellos, aun en contra de su voluntad. ¿Hastadónde buscamos a los seres que necesitan ayuda empu- jados únicamente por la compasión, y hasta dónde porla necesidad de controlar sus vidas, de probarnos a no-sotros mismos que los demás nos necesitan?

¿Sería posible que por medio de algún recurso cientí-fico descubriéramos la manera de desenmascarar nues-tras verdaderas intenciones detrás de las apariencias dela bondad y de la generosidad, y enfrentáramos que losdeseos de manipulación o de poder pueden ser los verda-deros motores de nuestras acciones y nuestra emoción?

Seguramente falta tiempo para que estas y otraspreguntas puedan ser contestadas.

Ustedes se estarán preguntando, cuáles son mis in-tenciones al preocuparme tanto por la emoción. Bien. Estamos empezando un nuevo siglo. En este siglo voy amorir y mis nietos van a nacer. Me gustaría, antes deirme dejarles un mundo mejor . Este pensamiento mehace recordar inevitablemente a mi abuela. A ella le tocópasar del siglo XIX al XX. A ella debió de haberle pre-ocupado, como a mí, el mundo que les estaba dejando asus nietos. Mi abuela murió un poco después de la llega-da del hombre a la Luna. Ya no le tocó ver el surgimien-to de las armas químicas, de las guerras bacteriológicas.No supo del SIDA, de las semillas transgénicas, de quelos volcanes del Valle de México se hicieron invisibles acausa de la contaminación. No se enteró ya de que losnarcotraficantes controlan el mundo. Siempre la recuer-do amable, rezando a diario por todos nosotros, pidien-do porque tuviéramos una buena vida. Sin embargo, susrezos no pudieron evitarnos el sufrimiento.

¿Cuántos años me quedarán por vivir en este nuevosiglo? ¿Diez? ¿Veinte? ¿En ese lapso tendré tiempo paramejorar un poco el medio ambiente? Me encantaría quemis nietos tuvieran una buena impresión de este mun-do al momento de nacer. Que no hubiera bolsas de plás-tico regadas por todos lados, que no hubiera desechosquímicos en los ríos. Que pudieran ver los volcanes. Quepudieran llenar su vista de color verde cuando estuvie-ran deprimidos. Que sus pulmones no se llenaran deplomo. Que sus emociones no los avergonzaran.

¿Los números realmente sirven para marcar el ini-cio de una etapa de gestación y una de muerte? ¿Repre-senta algo verdadero dentro de nuestras conciencias elpaso de un siglo a otro, de un milenio a otro? Así comoes muy claro observar el proceso de germinación, naci-miento y muerte de una semilla, ¿se puede hablar delnacimiento de una nueva civilización? ¿Qué tipo de so-ciedad me va a tocar ver? ¿Y a mis nietos? ¿Mi abuela, en ese brindis de final del siglo XIX, habrá alcanzado aimaginar la cantidad de hijos, de nietos y bisnietos queiba a tener y el mundo que les iba a tocar vivir? El Sol,nuestro padre, ¿habrá imaginado cuál sería el destinode la Tierra? ¿Y a la Luna? ¿O al mismo Sol? ¿Cuántosnuevos siglos quedan por venir? ¿Cuánto más falta pordescubrir, por conquistar? ¿Conquistaremos o seremosconquistados?

¿Se imaginan que nos tocara ver la llegada de unacivilización conquistadora, y descubriéramos que lo quemás les interesa es apoderarse de nuestro plástico? ¿Quepudiéramos descubrir que hemos vivido en el error yque el sueño de tantas generaciones de alquimistas defabricar oro fue inútil porque el verdadero material in-mutable y perdurable es el plástico y no nos habíamosdado cuenta? Sería una broma verdaderamente de malgusto. Pero no hay duda de que somos la generación delplástico. Y al parecer, también hemos querido «plastifi-car» nuestro mundo emocional, lo hemos querido envol-ver en un paquete de fingimiento y vacío, así como em-paquetamos la carne en los refrigeradores. Sabemos quelos futuros antropólogos van a determinar los años deantigüedad de las excavaciones por la cantidad de plás-tico acumulada bajo la superficie. Esa imagen me ponela piel chinita: me apena. Para mí es un signo de todoslos errores que hemos cometido y me gustaría que lasimágenes que nos representaran en el futuro fueranotras. No sé si todavía estamos a tiempo. Sólo sé que esposible que demos un paso adelante si nos ocupamos unpoco más de la emoción.

Un siglo ha terminado. Esto quiere decir que dimoscien vueltas más alrededor del Sol. ¿Cuántas más nosquedan por dar? ¿Eso ya estará determinado de la mis-ma forma en que lo está la cantidad de años que vamos a vivir? ¿Cuántas vueltas más me quedan por darle al Sol?¿Cuántos atardeceres más voy a ver, y cuántos amane-ceres?



Capítulo Nro 5 del PDF (Capítulo final) : El libro de las emociones. Por: Laura Esquivel. Desde página 68 a la 75.